7/09/2007

Camilo José CELA:
La tierra de promisión

1

Todos los piojos de Alvarito el loco tuvieron mucho que aprender de lo que voy a relatar, y aún hoy, a los seis meses, al cabo de tantas generaciones, corre el sucedido por las costuras de la camiseta de Alvarito, de boca en boca de los piojos, como una enseñanza que no conviene olvidar, como una historia que para los tiernos piojitos de mayo construyeron los vetustos piojos de diciembre.
Alvarito tenía muchos piojos. Tenía piojos en la gorra,
pequeñitos y color de sangre; tenía piojos en la camisa y en la camiseta y en el calzoncillo, gordos y satisfechos y de color pardo. Los del calzoncillo, que eran guerreros, no se trataban con los de la camisa y la camiseta, que eran agricultores.
Los piojos del calzoncillo llevaban una vida azarosa y todos los días, cuando Alvarito se quitaba los pantalones, tenían ocasión de alardear de sus dotes estratégicas escapando a todo escapar a guarecerse en los más recónditos recovecos de la piel o de la ropa de Alvarito, no por miedo a éste, que era bueno y no les hacía dañó, sino por miedo al frío, que los dejaba tiesecitos y duros como un grano de sal.
Los piojos de la camisa, en cambio, vivían tranquilos y apacibles, sin miedo al frío, porque, —que se recuerde—, desde los lejanos tiempos de los primitivos colonizadores, Alvarito no se había quitado jamás la camisa.

2

—¡Ya le digo a usted que no tengo cama...¡Las tres que tengo están ocupadas y hasta pasado mañana, por lo menos, no quedará ninguna vacía.
Pero como el señor Jacobo, el comerciante, no iba a dormir en medio de la calle, llegaron a un arreglo con Alvarito para que le dejase un pedacito de su cama.

3

Martínez era un piojo desarreglado y muy revolucionario. No encontraba de su gusto el pellejo de Alvarito y, lejos de conformarse, que era lo que la prudencia aconsejaba, estaba todo el día renegando y decía que no había Dios ni nada. A los piojitos jóvenes no les dejaban andar con Martínez, porque era un demagogo y un desagradecido, y ya sabemos todos lo propensa que es la juventud para dejarse minar por las teorías disolventes.
Martínez quería reglamentarlo todo. Quería que los piojos marchasen todos en la misma dirección; quería repartir las costuras con arreglo al principio de la autodeterminación; quería fiscalizar los cruzamientos para el rápido mejoramiento de su raza de guerreros.

4

—¡La ocasión ha llegado, camaradas! ¡El señor Jacobo es un terreno virgen por explotar! ¡Es la tierra de promisión que ha llegado a nuestros alcances para que en ella nos asentemos y en ella organicemos, racionalmente, nuestra vida futura!
Martínez se secaba las gruesas gotas de sudor que corrían por su frente.
—¡No hagáis caso de lo que os dicen esos carcamales del Senado! El agradecimiento... ¿qué es el agradecimiento?, ¿qué tenemos nosotros, piojos libres, que agradecer a ese agotado continente que es Alvarito?

5

Martínez se consolaba de no haber hecho ni un solo adepto con la satisfacción que sentía paseándose a sus anchas por la barriga del señor Jacobo.
—¡Éstos son horizontes! —decía—. ¡Preparémonos para empezar una nueva vida de regeneración!
Y se dejaba deslizar, como si estuviese patinando, por la tersa piel recién conquistada...

­ 6

El señor Jacobo era un ser de extrañas costumbres. No bien empezó Martínez a explorar el nuevo terreno, el señor Jacobo saltó de la cama y se puso en pie en medio de la habitación, completamente desnudo.
—¡Qué frío! —decía Martínez en voz alta, como para convencerse—. ¡No se ha hecho el mundo para los débiles de espíritu! ¡Quien algo quiere... algo...¡
No pudo acabar la frase porque la sangre se le heló en el corazón. Intentó agarrarse con sus patitas al suelo, pero el suelo era liso y resbaladizo y sus pasos no prendían. Quiso aconsejarse serenidad, pero temblaba como si tuviera fiebre.
Estaba sobre una inmensa losa, rosada como la piel, pero lisa como el cristal...
Martínez cerró los ojos. No quiso verse temblar en la hora final y prefirió esperar a que las dos uñas del señor Jacobo, el comerciante, que no iba a dormir en medio de la calle, se encontrasen sobre su cuerpo, esbelto y blanco —¡bien es verdad!—, pero impotente y flaco para oponerse a los designios de la Divina Providencia.

De Cuentos para leer después del baño


Enlaces:
http://www.fundacioncela.com/html/home/intro.htm
http://buscabiografias.com/cgi-bin/verbio.cgi?id=973

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